Sampedro en su casa de la Cala de Mijas. Foto de Julián Rojas publicada en El Pais |
Llegamos a su casa de la Cala de Mijas con un amigo en común. Inmediatamente surgió el primer gesto de humildad, quizá de sabiduría. Al presentar a mi amigo Antonio como filólogo hizo un largo gesto de reconocimiento, cerró la boca en «¡Oh!» y, mientras asentía con la cabeza y movía una mano en signo meritorio, haciendo pequeños círculos con los dedos unidos, le dijo «¡hombre! Yo también me dedico a lo mismo que tú, pero yo he llegado por la puerta de atrás».
Por su familiaridad en el trato, se hacía imposible tratarlo de usted, tanto que el respeto me dificultó durante un buen rato dirigirme abiertamente a él. Para no usar el tú, dejé caer mis palabras como si no fueran a nadie en concreto esperando que él las recogiera, rápidamente se erigió en decano de aquel grupo de amigos de cuatro generaciones.
Por su familiaridad en el trato, se hacía imposible tratarlo de usted, tanto que el respeto me dificultó durante un buen rato dirigirme abiertamente a él. Para no usar el tú, dejé caer mis palabras como si no fueran a nadie en concreto esperando que él las recogiera, rápidamente se erigió en decano de aquel grupo de amigos de cuatro generaciones.
No fui consciente de sus 93 años hasta que hablamos de sus estrategias para colarle historias a la censura franquista. Decenas de anécdotas de los años 40 que nos trasladaron a la posguerra para conocer a Buero Vallejo, Torrente Ballester, entre otros. De pronto se humanizaron para mí autores como Cela, que sobre todo "sabia venderse". «nunca he conocido a ningún escritor que se vendiera mejor, tanto, constantemente», reconocía Sampedro recordándonos cómo se fraguó su entrada en la RAE.
Un dia le contó a Carmen Balcells como de pequeño le gustaba tocar el piano. Luego llegó la guerra y los acontecimientos le apartaron de las teclas para siempre. Nunca más se ha sentido capaz de tocar una melodia con esos dedos que componen a diario grandes obras. Unos días más tarde, al volver a su casa de Madrid, encontró en el salón un piano estupendo, con una rosa roja y una nota manuscrita de la que ya es el segundo en definirme como un hada madrina.
Un dia le contó a Carmen Balcells como de pequeño le gustaba tocar el piano. Luego llegó la guerra y los acontecimientos le apartaron de las teclas para siempre. Nunca más se ha sentido capaz de tocar una melodia con esos dedos que componen a diario grandes obras. Unos días más tarde, al volver a su casa de Madrid, encontró en el salón un piano estupendo, con una rosa roja y una nota manuscrita de la que ya es el segundo en definirme como un hada madrina.
Imagen de Julían Rojas publicada en El País |
Tanger era un oasis de la modernidad en un Marruecos anclado en otra era. Sus compañeros de clase eran de todas las religiones y condiciones, pasaba el año de celebración en celebración, "de pastel en pastel". En la playa, para bañarse, muchas mujeres dejaban su cuerpo al aire mientras mantenían tapada la cabeza con un velo. Sampedro recuerda cómo su padre pidió una vez un poco más de compostura ante su familia recibiendo una contundente respuesta: «vergüenza cara, no culo».
Fruto de un despiste, nuestro amigo en común olvidó presentarnos a Olga Lucas. Al no saber quién era, pasamos la tarde tratando de asignarle un papel: ¿cuidadora o amante? ¿Secretaria? Amante. ¿Amante o esposa? Ella parecía querer confirmar nuestras sospechas en cada momento. Mirando a Sampedro nos respondía sin saberlo: «Los periodistas a veces le preguntan si soy yo El Amante Lesbiano... se creerán que le zurro a palos». Esto dio por cerrada nuestra incognita: era su mujer.
Sampedro vive en esta costa por culpa de Al- Qaeda y gracias a la Sonrisa Etrusca. Él pasaba los inviernos en Tenerife hasta hace 3 años. Harto de que para coger un avión le hiciesen hasta descalzarse por las medidas de seguridad, buscó un lugar al que para llegar en menos de tres horas no tuviese que pisar un aeropuerto, de clima templado, con mar y tranquilidad para escribir. La suma daba como resultado la provincia de Málaga y encontró personalmente este bonito piso de alquiler con vistas. La hija de la dueña le enseñó el apartamento sin saber quién era y sin interés en que su inquilino fuera un señor mayor. Cuando Sampedro estaba cogiendo el tren de vuelta, recibió una llamada de la madre de la joven: el piso era para él. La señora había leído La Sonrisa Etrusca y al darse cuenta de quién era lo llamó.
Costa de Sampedro |
El motivo puede ser que por fin ha reencontrado su sitio. En los días claros, desde su atalaya, se ve la costa de Marruecos, aquí se reúne su infancia con su senectud. Tiene una casa tan sencilla como él, donde puede comer todo lo que más le gusta sin miedo a enfermar, le visitan amigos «inteligentes, aquellos a los que se puede invitar a restaurantes con manteles de papel*», se encargan de aclarar.
«¿Qué más se puede pedir?»
¡Bienvenidos a la Costa de Sampedro!
* El restaurante al que se refieren se llama El Granaino, a escasos metros de su casa puede ser el secreto de su salud.
Con 25 libros publicados, Sampedro acaba de publicar "Cuarteto para un solista" donde analiza cuestiones importantes acerca de la sociedad de consumo, la economía liberal de mercado o las diferentes nociones de progreso.
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